En Madrid hay gente muuuu rara. Es normal que en una ciudad haya alguno, pero cuando es tan grande el número se dispara. Aun así, sigo pensando que el número es demasiado grande.
No voy a nombrar a los que, compulsivamente, le dan a los dos botones del ascensor (los de solicitar para subir o bajar) aunque, obviamente, solo pueden desplazarse en un sentido. Si a los especímenes que te encuentras en un ascensor. La primera, una señora que se nos coló en el portal con un caniche repulsivo. El caniche se puso a ladrarnos a 3 personas y la individua esta se nos cuela en el ascensor que acababa de llegar y nos dice que vayamos en el siguiente porque su perro se pone agresivo ante extraños. Menos mal que soy protector de animales y veo a la legua de quien es la culpa de que el perro sea así.
Esta mañana en el super, dos superpijas cincuenteañeras. Se ponen a probar unos perfumes junto a la caja y, en vez de echarse en la muñeca y olerlo, lo echaban al aire y metían la cabeza en la supuesta nube. Vamos, que han estado a punto de cabecearse entre ellas.
Esta mañana, en un parque, me he encontrado a dos guerreros. Uno con una armadura superior y otro con una cota de malla. Ambos con espadas y escudos de madera. Ni en Akira había gente así.
Y lo mas cotidiano, la gente que se viene a la plaza de Castilla para hacerse esas fotos ridículas haciendo como que aguantan las torres Kio. Hay verdaderos profesionales y parece que la mejor posición es sobre un puente sobre la avenida. A los no profesionales nos salen churros como este.
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