Gerard Durrell escribió un libro llamado "Mi familia y otros animales". Empecé a leerlo y, cuando no había llegado a la mitad, me di cuenta de que tenía el síndrome de Durrell, me asusté y dejé de leerlo. Por supuesto este síndrome es ficticio, pero mi tendencia a recoger todo bicho viviente que me de lástima, o no, voy reprimiéndola.
El último paso lo dí hace unos cuantos días cuando se murieron mis dos últimos insectos palo y destruí los huevos que me quedaban para no seguir con su cría, con lo cual mi número de "inquilinos" se reduce a 13 tortugas.
Gracias a la presión de algunos miembros de la Guardia Civil (es una larga historia), ya pude decir que no a la incorporación de "donaciones" de tortugas justificándolo, así que creo que la población también disminuira con el tiempo hasta hacerse aceptable.
He de decir que tuve una leve recaida cuando me traje el pollo de gaviota a casa y que, estas navidades, estuve a punto de recoger una tortuga mordedora de medio metro de grande. Para esta última hubiera tenido que sacar hasta un seguro y una licencia para animal potencialmente peligroso, además de arriesgarme a que alguno de mis hijos (u otro entrometido que se metiera en su habitat) perdiera algún dedo así que, de momento, mantengo la cordura.
Aunque en el fondo creo que la tortuga mordedora sería hasta mejor que un perro guardián. Eso y que su tendencia a decapitar a todo bicho viviente (en este caso tortuga que comparte el habitat) que intente quitarle la comida, reduciría el número de "inquilinos" muy rápidamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario